Un claro ejemplo de la estructura patriarcal de la Iglesia católica es el hecho de que los sacerdotes católicos cumplen funciones que las monjas católicas no pueden realizar. Las monjas no tienen permitido realizar ciertas tareas exclusivas de los sacerdotes, entre las que se incluyen la administración de sacramentos y la escucha de las confesiones privadas. Sin embargo, ambos (monjas y sacerdotes) comparten en común el hecho de practicar la vida de celibato. Los sacerdotes también atienden a aquellos que están sufriendo de enfermedades y aconsejan a los que sufren problemas como dificultades en el matrimonio, el encarcelamiento o la dependencia a drogas.
Además de los sacerdotes, la Iglesia católica se beneficia del compromiso y el apoyo espiritual de muchas personas que actúan detrás de escena: hermanos y hermanas. Estas personas se dedican exclusivamente a la Iglesia, tomando los votos de pobreza, castidad y obediencia. Esto significa que van a vivir donde se les asigne, van a abstenerse de involucrarse en relaciones románticas o sexuales, y seguirán las orientaciones de sus superiores. Los monjes y monjas también siguen esta vocación, y gran parte de sus vidas austeras la dedican a la oración comunitaria y a prestar servicios generales a la comunidad católica.